sábado, 24 de octubre de 2009

Diario de una stripper


De día estudiante de derecho, de noche stripper profesional. Quitarse la ropa por dinero es un negocio antiguo… y muy rentable. Encima de un escenario en los clubes, en el living de una casa familiar y últimamente en discotecas y pubs. Amanda se convierte en médico, verdugo o policía, al gusto del cliente. Buena música y ropa atrevidamente sexy, su misión consiste en acalorar al personal haciéndole pasar un rato inolvidable.

Desde que Diablo Cody, guionista y stripper, ganara un Oscar por Juno, o Dita Von Teese (ver streaptease en imágenes) llenara el prestigioso cabaré parisino Crazy Horse durante varias semanas desvelando a los presentes sus secretos más íntimos dentro de una inmensa copa de champán, el mundo del striptease se ve con otros ojos. La sordidez de los clubes representados en numerosas películas ha dado paso al espectáculo selecto del arte de desnudarse gracias a este reconocimiento público.

“Ser stripper no implica, necesariamente, ser prostituta. Si se trabaja con dignidad el público lo sabrá valorar y respetar”, afirma Amanda, ex stripper y ahora defensora sindicalista de este colectivo. “Nosotros prometemos momentos inolvidables basados en la imaginación. El llevarlos o no a la práctica es una decisión personal fuera de la profesión”.

Con 19 años vendía inocencia. Con 32, experiencia
Amanda es desconfiada en el primer contacto, pero al rato se suelta la melena y sin cortapisas responde a nuestras preguntas para saciar nuestra curiosidad imperiosa. “Al principio era bastante torpe y poco experimentada. Eso sí, tropezaba con gracias y mis caídas tenían tanto estilo que el público creía que formaban parte del espectáculo. Con 19 años vendía inocencia. Con 32 cuando me retiré, experiencia”. Así resumen su vida, con una capacidad de síntesis que nos descoloca a la hora de continuar con la entrevista.

“El trabajo de stripper es simplemente eso, un trabajo. En lugar de desarrollarlo en una oficina sentada ocho horas al día, lo realizas en una plataforma en apenas dos pases al día de cinco minutos cada uno. ¿La finalidad? Liberar las fantasías de los presentes, sin llegar a materializarlas… en teoría. Y sí he vivido algún momento furtivo con algún espectador. Una no es de piedra…”. Así, de un plumazo, Amanda nos responde a la pregunta más comprometida que teníamos en la recámara. Directa, sin rodeos. A partir de aquí no relajamos y comenzamos a conocer lo que nos deja entrever de su persona.

Amanda se considera una persona corriente, sin una vida marcada por los sufrimientos y el desconsuelo que se puede imaginar cualquier adicto al cine Hollywoodiense. Decidió introducirse en este mundo a raíz de conocer a un representante de este tipo de espectáculos en el gimnasio. “Siempre he sido muy deportista. Me ha gustado cuidarme por ello acudía al gimnasio de mi barrio –en Sabadell-. Allí tomé contacto con Rafa y me propuso el tema y acepté. Pensé que era una buena forma de sacarme un dinerillo extra para mis estudios”.

Pero nada es lo que parece. Ser stripper, “una buena stripper” puntualiza, lleva horas de entrenamiento y sacrificio. “Aparte de lucir una figura proporcionada hay que estar en plena forma y tener fortaleza física para poder aguantar agarrada en la barra o hacer contorsiones sobre la tarima, además de tener compás para llevar el ritmo con sutileza, elegancia y sensualidad”. Cierto. Desnudarse está al alcance de todo el mundo, pero nosotros hablamos de profesionales que con sus contorsiones eróticas logran dejar con la boca abierta a absolutamente todo el mundo.

“Siempre he preferido trabajar en un night club de striptease, hay muchas más posibilidades de desarrollar la faceta artística, por medios y por libertad. El ambiente es más selecto y tú puedes ser más creativa. Pero malas influencias me han llevado a algún que otro tugurio y alguna que otra celebración erótico-festiva (véase despedidas, divorcios, cenas de empresa…). Pero en este último caso, el trabajo siempre ha resultado simpático”, nos cuenta Amanda. “Hay que tener carisma para sobrevivir al mundo de la noche sin salir dañada”.

Mientras tanto, Amanda iba sacando sus exámenes de Derecho. “Me tuve que apuntar a la UNED –Universidad de Educación a Distancia- porque los horarios eran incompatibles y la ojeras cada vez eran más profundas y delatoras”. Pero ser stripper ahora tampoco está tan mal visto, comentamos. “Sí, ahora. Pero hace 15 años todavía existían tabúes y yo quería que me tomaran en serio. ¿Te imaginas diciendo al Rector: ‘perdone, pero es que no he podido dormir apenas nada porque anoche tuve un pase en el club en el que trabajo como stripper’?” ¿Y la familia?, preguntamos. “En mi caso, con la familia no he tenido problemas. Mis padres eran auténticos hippies de los sesenta, de los de ‘peace & love. Lo único que me exigían era tenerme respeto a mi .

El seductor arte del stripptease
Las luces se apagan… expectación… De repente unos focos alumbran el escenario y una sombra se va acercando de la nada para descubrir a los asistentes un cuerpo escultura tallado de manera minuciosa en un gimnasio. Así se presentaba Amanda en uno de sus muchos números pole dance (baile en barra) en el que es (ha sido) experta. “La primera vez fue algo ligerito. Para tomar contacto. Un baile sobre tarima con una silla. Los nervios me comían y ver a todas aquellas personas mirándote fijamente…

Con el paso del tiempo logras abstraerte y comienzas a desarrollar números con los que disfrutas. El morbo, la procacidad se percibe en las caras de los presentes y entonces te creces y quieres hacerlo cada vez mejor... Te das cuenta que aprender a desvestirse con sensualidad, despacio, pero sin pausa, sin que acabes en posturas cómicas y todo en el ‘ratín’ que dura una canción es todo un arte y así lo deben entender los que te ven”.

Amanda aclara que el suyo se convirtió en “un show muy cuidado”, con una “técnica coreográfica” muy depurada e infalible. “Comienzas con algo sencillo, luego te pasas a la barra y le coges el gusto y al final acabas haciendo piruetas casi de gimnasta profesional”. Y eso se refleja en las caras de sorpresa y estupefacción de los espectadores. “para excitar no hay porque rozarse de manera grosera con los presentes. Hay que saberse acariciar, perder el miedo al cuerpo y aprender a mirar a los ojos de los asistentes. Aunque he de reconocer que en un momento determinado por problemas personales tuve que aceptar trabajos y lugares donde no me hubiera gustado nunca actuar. Donde los clientes confundían tu profesión y se les escapaba la mano. Historias para olvidar”.

Importante también es el vestuario escogido para la función. “Está claro que las miradas van a donde van y hay que elegir muy bien el tipo de lencería a escoger. Nunca he sido de medias de rejilla y tanga de leopardo”, se queda pensativa y continúa… “Siempre he sentido fascinación por el arte burlesque, la época de las pin up de los años 50, que ahora recrea muy bien Dita Von Teese. Pero la mayoría de las ocasiones me tenía que rendir al gusto de los locales donde actuaban y de los clientes que acudían. Y si me contrataban en alguna fiesta privada, éstas solían ser temáticas y poco imaginativas (de colegialas, enfermeras…). Una pena”.

Para Amanda el mejor striptease no es el que se limita a enseñar sus atributos a los clientes, sino el que logra contar una historia. “Elegir un buen tema es fundamental. ‘You can leave your hat on’ de Joe Cocker está bastante desfasado y trillado”.

¿Todo por la pasta?
“En todos los trabajos hay que buscar su punto de dignidad. Recuerda: si te respetas a ti mismo, los demás también te respetarán”, nos dice Amanda. Pero a veces el vestuario minimalista y los contoneos provocativos pueden confundir al personal, sobre todo con una copa de más encima… “Sí en ocasiones ha llegado a resultar angustioso, pero en los locales en los que he trabajado nunca ha llegado la sangre al río. El personal esta ojo avizor con los ‘metepatas’ para pararles los pies antes de sobrepasarse”.

Y es que el calor del ambiente hace alentar deseos incontrolables en muchos hombres. “En los pases privados era donde había que tener cuidado. Las manos se iban y las proposiciones indecentes eran habituales”. ¿Alguna vez aceptaste alguna? “Mis curvas totalmente naturales –asegura- me han hecho ganarme bien la vida y he conocido a hombres muy importantes gracias a este trabajo. Si he aceptado alguna vez ha sido más por afinidad que por dinero”, sentencia Amanda. Una forma como otra cualquier de costearse los estudios y de vivir desahogadamente.

Y es que en un fin de semana, a razón de dos pases al día, Amanda ha ganado lo que a cualquier mileurista en un mes (echen cuentas). “Sí, pero todo este dinero suele ser en negro, no cotizas, no tienes pagas… ningún derecho. Total desprotección laboral. Ahorrar para el futuro se convierte en una necesidad para muchas chicas que no tienen ni oficio ni beneficio. Pero el dinero hace estragos en las más jóvenes que se lanzan al consumismo sin pensar en que su profesión tiene los días contados”.

Esta preocupación le ha movido a Amanda a luchar, después de su ‘jubilación’ por la defensa de los derechos de este tipo de profesiones liberales no reconocidas.

Jubilación anticipada
Jubilación con 34 años, el sueño de cualquiera hecho realidad. “Jubilación de stripper. Pero mi carrera profesional como abogada ha comenzado ahora. La nueva generación viene pisando fuerte. Yo esa etapa ya la había quemado”. Le comento que hay una leyenda viva llamada Tempest Storm que con sus 80 años se resiste a abandonar la profesión. “Sí, la conozco. Fue una importante pin up de los años 50. Hay gente para todo”.

“He comenzado una nueva vida y me alegro por ello. Ahora, desde mi posición, me dedico a defender los derechos ‘inexistentes’ de las mujeres más débiles que trabajan en este tipo de profesiones relacionadas con el mundo de la noche”, nos cuenta Amanda. Realmente éste es su nombre artístico y se niega a revelarnos su identidad. No siente vergüenza por el trabajo realizado, pero siente que no iba a ser entendido por todos y que descubrir su época de stripper no le iba a aportar nada más que problemas. “Lo sabe quien lo tiene que saber. Al resto del mundo no le interesa nada mi vida personal… ni la tuya… ni la suya”, sentencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario